El pequeño movimiento producido en el Gobierno español por la salida de Pérez Rubalcaba muestra que el Presidente sigue disciplinadamente el guión que sus mayores le pusieron hace tres meses sobre la mesa: cambios, los justos, que esto se ha terminado; la vacante en Interior se cubre con el segundo del ministerio; la de portavoz, con Blanco, que se queda contigo ya que Alfredo no lo quiere en su campaña, y los vicepresidentes que se hagan tarjetas nuevas cambiando el ordinal respectivo. Y así ha sido.
A partir de aquí las especulaciones pueden divergir: desde que esto revela que las elecciones están al caer, hasta quienes opinen los cambios demuestran que no hay novedad, business as usual, que dicen los banqueros. En cualquier caso el dilema puede dejar de serlo no precisamente cuando esté escrito en el guión.
Un “NO” estruendoso ha sido la respuesta a la pregunta que ayer nos hacíamos retóricamente -¿Alguien sabe dónde vamos?-. El gesto, las caras de los reunidos en Bruselas, comenzando por nuestra vicepresidenta primera, auguran lo peor. Y el dinero lo paga, naturalmente. La UE registró ayer el temblor de mayor intensidad en los últimos doce meses, y cada vez son más las fichas del dominó amenzadas por la ola que nadie o nada es capaz de detener.
Con este panorama hay que ser imbécil para seguir perdiendo el tiempo a la espera de que al candidato se le ocurra un plan para acabar con el paro, con ETA o con los EREs de Andalucía. Y mientras, poner cara de seguir cantando alegremente aquello de