Cuando una persona como Adonis G. se juega la vida subiéndose en La Habana al tren de aterrizaje del Airbus que vuela a Madrid, muy mal andan las cosas en el paraíso castrista. Eso es crisis; a su lado quizá tenga razón en Presidente del Gobierno y lo nuestro no pase de “severas turbulencias”.
Pero los cubanos tienen algo que a nosotros nos falta: certidumbre. Ellos, de que nada va a pasar; sin embargo lo nuestro es andar sin fin preguntándonos cuánto falta para que llegue Godot, si es que llega. Seguimos instalados en el absurdo que Beckett simbolizó teatralmente con un continuo “no hay salida”.
Ante ese no way out que tanta literatura y cine ha inspirado, hay quienes se juegan el resto -su vida-, como Adonis, el cubano de veintipico años hallado muerto a los piés de su tabla de salvación. Otros optan por esperar la llegada de lo que sea sin moverse de la alfombra, y así venían haciéndolo nuestros vecinos de la musulmanía mediterránea hasta que se hartaron y rompieron la baraja.
Aquí salieron por delante unos indignados que repetirán escena en vísperas de las elecciones para apoyar a la cúpula socialista que las tiene embargadas. El resto asiste aturdido a la mezcla de excarcelaciones de etarras con detenciones de colaboradores etarras; de los fondos de reptiles cultivados por la SGAE o la Junta andaluza, los trajes del valenciano y los procesamientos de la cúpula policial de Rubalcaba.
¿Llegará el momento de negociar en la puerta de los tribunales el resultado de las próximas elecciones? Tiene toda la pinta. Lástima que la entrada de la Audiencia Nacional carezca de una solemne escalinata en la que, entre iñakis y oteguis, pudieran encontarse subiendo y bajando unos y otros; y hoy por ti, mañana por mí, la convivencia volviera a lucir sobre esta tierra, la que Adonis soño hacer suya.