“Alcalde: todos somos contingentes, pero tú eres necesario”, grita un mozo al alcalde que lleva a las fiestas del pueblo a una señora estupenda en esa maravilla surrealista que Cuerda filmó hace ya más de veinte años, “Amanece que no es poco”.
Como salido de otro mundo surrealista, el presidente en funciones se esfuerza en decir cada vez más desatinos y en voz más alta. Me recuerda a Saza disfrazado de Guardia Civil disparando contra el sol en aquella misma obra de Cuerda. Pero más patético. Aquello de “yo no aguanto este sin dios” que el cómico catalán grita porque el sol ha salido por donde menos lo esperaba cuajaba en cómico. Lo de nuestro hombre es patético. Como un despedirse sin saber cómo.
Tchaikovsky compuso su última Sinfonía un año antes de morir. No le puso título a lo que hoy llamamos Sinfonía Patética. Fue un hermano quien así la bautizó, como tampoco es debida a Beethoven, sino a su editor, la denominación de Patética a su octava sonata para piano. Parece pues como si los protagonistas no cayeran en cuenta de lo que inspiran sus echos.
Vista desde fuera, la rebeldía contra lo imparable produce sentimientos encontrados. Para algunos podrían ser de admiración, si el rebelde patético no fuera culpable de sus desgracias; para otros, de franco desprecio. Y quizá algunos sintamos simplemente vergüena ajena viendo cómo una posición tan relevante como la de Presidente del Consejo de Ministros es devaluada sin remisión.
Con lo elegante que, llegado el caso, suele resultar un digno mutis por el foro. Pero hay quien prefiere morir matando.