Mucho hay por leer. Viendo lo que de Libia se ve recordé la frase para el bronce que Clemenceau cinceló en uno de sus Discours de Guerre, editados por Presses Universitaires de France: “Ser héroes no basta, queremos ser vencedores”. Parecen gritarlo esas caras desesperadas, como extraídas del Guernica picassiano y trasplantadas al paisaje lunar manchado de sangre.
Lo del viejo periodista, político y parlamentario francés se producía en otro escenario bélico, verano de 1914. Un mes despues de la diatriba contra su gobierno a la que puso título, Ni défendus, ni gouvernés, los alemanes se paseaban por media Francia. La Gran Guerra causó cerca de 10 millones de muertos, y 7 millones más desaparecieron del mapa.
Hoy, no tan lejos de aquí, un caudillo estrafalario masacra impúnemente a su población en un país sin Constitución ni otras instituciones que su presidencia tribal. Nadie se explica la pasividad del mundo civilizado, el de los derechos humanos; por qué en la europea Kosovo sí y en la africana Libia no se interpone una fuerza pacificadora. ¿Aguardará la OTAN al 24 de marzo -fue el día en que inició los bolbardeos en Kosovo hace doce años- para aplicar su fuerza aéra y detener la masacre?
El amigo Clemenceau, redactor entonces de L’Aurore, puso el título, j’accuse, que hizo cébere la carta de Emile Zola en defensa de Dreyfus ante el presidente de la república francesa. Aquí y ahora, ¿qué no estaría blandiendo ante el inútil Consejo de Seguridad de Naciones Unidas?
Lo de Libia parece aclarar algo sobre las caídas de los dictadores tunecino y egipcio: no fueron tanto víctimas de las redes sociales como del plante de sus ejércitos, de sendos golpes militares. El error de los libios rebeldes quizá haya partido de la simplificación hecha sobre las dos insurgencias vencedoras. Porque de sobra sabrían que el grueso de sus fuerzas armadas son, sobre todo, la guardia personal del perro loco.