La definición que mejor le cuadra es la de “alma en pena”. El buen hombre, porque lo es, murió el día en que dicen que él solito ganó las últimas elecciones para su presidente. Se enfrentaba en la televisión con Manuel Pizarro, el experto económico del PP, un abogado del Estado, agente de bolsa, ex presidente de la primer eléctrica del país y otras flores. El ministro, hablamos de Pedro Solbes, barajó unos cuantos cartones con destreza de tahúr para desmentir que una crisis severa rondaba el panorama. Pizarro, poco ducho en las guerras de imagen que mueven la política de nuestro tiempo, quedó anonadado ante los trucos y logomaquia del Merlín de ocasión; el personal creyó lo que aquel buen hombre, pastueño y de hablar quedo, musitaba, y los analistas pensaron que los socialistas habían reabierto el camino hacia el poder que los nubarrones de la economía parecían haber cerrado.
Sobre aquellos augurios, debidamente contrastados por las encuestas de opinión, el propio señor presidente elaboró su teoría totalitaria, de que cualquier alusión a la crisis en ciernes era señal inequívoca de antipatriotismo. Hoy, un marciano que arribara a nuestro planeta no podría creer tal desatino, pero así fue. Hablar de, preguntar por, aportar ideas para remediar lo que se venía inexorablemente encima, era un atentado contra la patria. Y ganó las elecciones.
Como era de cajón, la crisis estalló con toda su virulencia y más, tanta que de la noche a la mañana el país se puso a la cabeza de los sufridores universales. Más de todo lo peor; del crecimiento del paro y del déficit de la balanza, del decrecimiento del Producto, de las ventas y de la confianza, etc. Pero ¡ay! No cabía el acto de contrición; no. Sólo un ambiguo “esto ha superado las peores previsiones de todos”; o en privado: “esto no hay dios que lo arregle”.
Ni el ministro ni su presidente cantarán la gallina; no saldrá de ellos el menor atisbo de arrepentimiento por una razón elemental: engañaron a todos para ganar las elecciones. Por ello, como es buena gente, el señor ministro anda cual alma en pena como la paloma de Alberti, confundiendo los trigales con la mar.