Mientras el Gobierno anuncia que está presto a embarcarse en toda suerte de reformas sustanciales del sistema político, la opinión pública sólo tiene ojos para la crisis abierta entre los populares. El hecho revela la débil musculatura de nuestro cuerpo social carente de reflejos, enfermizamente dependiente de consignas partidarias; a la búsqueda de pastores más que de líderes. Y así, medios de comunicación, instituciones académicas, ateneos, sindicatos, clubs deportivos, ONGs y demás ámbitos de expresión de toda sociedad libre permanecen átonos, como embobados ante los movimientos precongresales del partido de la oposición sin prestar atención al Gobierno, que es quien marca la pauta.
Importante es el papel de la oposición, pero más lo es el de gobierno. Y por mor de las inquietudes de unos cuantos protagonistas de la pequeña política de nuestros días, el señor presidente ha comenzado a caminar como solía, haciendo burla de los primeros pronunciamientos hechos tras su raquítica victoria electoral. De momento le interesa más el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes, como en la pasada legislatura, que alcanzar el acuerdo básico con el PP que prometió. Antes Ibarretxe que Rajoy, y la negociación bilateral con Cataluña.
Paso a paso, ese hombre “honesto y que sabe muy bien hacia qué va” nos está conduciendo a no sabemos nosotros dónde. Parece que su atención sigue centrada en acometer una segunda transición que distraiga al común de los problemas reales: la depreciación de activos, las suspensiones de pagos, el paro, los precios y demás síntomas de la crisis económica abierta.
Frente a ese mundo de realidades tangibles, el “hombre recto” que es el señor presidente se embarca en el proceloso mundo de las reformas: constitucional, de la ley electoral, de la ley de libertad religiosa, de la ley del aborto, de la ley de igualdad, no se sabe qué reforma de derechos humanos… Y, mientras, todos embelesados en la punta del dedo sin reparar en lo importante: la luna. O sea, lo que el Gobierno teje y desteje.