Hablando en serio, ¿cabe mayor honor para un español, sea político o científico, empresario o creador artístico, que el de ser reconocido Grande de España?
Pues es el caso de Adolfo Suárez. Hoy, sosegadas tantas cosas y después de visto lo visto, no creo que viva ciudadano más respetado, si no admirado, que este presidente de los primeros gobiernos de nuestra primera democracia en paz. Sin duda que por ello tantos pretenden llevar a sus molinos el caudal de su memoria. Unos, con afanes políticos, tratan de maquillarse a su sombra. Los otros, también; hasta hay quien muestra hoy en La Moncloa una vieja foto, instantánea capturada en un cruce de pasillos entre aquél y este presidente.
Demasiada gente tirando para sí de su memoria, como los nacionalistas y sus socios en los gobiernos regionales tripartitos hacen con la piel de toro que pisamos. Lamentable espectáculo, por ejemplo, el de un ahijado sacándose unos duros con la obra –no pierda el tiempo- publicada con la excusa de conmemorar su cumpleaños.
La grandeza cobra toda su dimensión cuando se ve enfrentada con este tipo de actitudes, esas pequeñas vilezas que no reparan en dejar inservible para vos y para mí la memoria que alegan respetar. Como sobresale también de entre las picardías, las mentiras y otras muestras de mal hacer de su actual sucesor al frente del Gobierno.
No es de Grandes mentir sistemáticamente, hasta lo ridículo, para permanecer en el poder. No es de Grandes atentar contra la convivencia tranquila en el seno de una sociedad como la española, porque la convivencia basada en la libertad y la justicia es la esencia misma de la democracia. Como no hay grandeza en la utilización del derecho y sus brazos ejecutores en función de intereses distintos del de la justicia reglada por las leyes. Ni hay grandeza en este volar a ras de suelo tras el rastro de tres caudillos indigenistas, cuando el país que se representa tiene la fuerza suficiente para servir de ejemplo de libertad, vitalidad y de tantas otras cosas, en el concierto de las naciones.
La grandeza requiere principios y lealtades, y por ellos se la juega cuando es menester. La grandeza extrovierte al Grande hacia los demás. El Grande mira hacia delante. El Grande construye futuro y crea hasta la extenuación.
En enero de 1981, sintiendo que no podía acabar la misión a que se comprometió en junio del 77, Adolfo Suárez traspasó el umbral de la Grandeza de España.