El periplo por seis países latinoamericanos de la vicepresidenta del Gobierno de España, que concluye hoy en Buenos Aires, ha puesto de manifiesto la dualidad política que vive Latam. Y también, ciertas dificultades en el desarrollo y ejecución de una política exterior efectiva por parte del ejecutivo español.
La señora Fernández de la Vega ha recorrido Guatemala, Honduras, Nicaragua, Chile, Ecuador y Argentina; todo ello en doce días, tiempo suficiente para haber sufrido algún desplante indecoroso por parte de dos anfitriones. Sin tiempo para superar el “jet lag”, la política española se topó con un anuncio previo del presidente nicaragüense Ortega: la posible expropiación de la distribución de electricidad en el país a cargo de la empresa española Unión Fenosa, a la que acusó de atentar contra el libre mercado. Sí, el sandinista se erigió en defensor de un mercado libre; claro que lo hizo donde precisamente no puede haberlo.
De labios de otro de los presidentes que viven de la solidaridad del socialismo del siglo XXI, que es como al caudillo Chávez le gusta llamar a su movimiento, escuchó aquello de: “Que Movistar se prepare porque vamos a negociar con fiereza”. Fue Rafael Correa, en Quito.
Aquí la señora Fernández de la Vega trató de hacer lo que corresponde, que es defender los intereses legítimos de sus connacionales, como lo es la compañía de telefonía móvil que ha de recovar sus contratos de concesión con el Estado. A Correa dijo haberle trasladado la inquietud de los empresarios españoles presentes en Ecuador a raíz del cambio de gobierno, y ante los empresarios afirmó solemnemente que “el presidente se ha comprometido con algo muy importante, que es fijar de forma clara las reglas de juego”.
El anuncio no tranquilizó en demasía a los empresarios, para quienes las reglas del juego a que aludía la vicepresidenta son tan importantes que no deben ser cambiadas a mitad del partido, que no pueden estar a merced de los relevos gubernamentales. Y esta es una de las diferencias claras que los dos modelos políticos que coexisten en el continente: el de las democracias de economía de mercado y el de los regímenes mixtos de populismo, socialismo e indigenismo. Entre los primeros, están los dos casos de éxito en el hemisferio sur, Brasil y Chile. Entre los segundos, el polo opuesto que podrían representar Nicaragua, Bolivia o Ecuador.
Y entre unos y otros, la Argentina del justicialismo, cuya candidata presidencial Cristina Fernández se toma la licencia durante su reciente estancia en Madrid de pedir a las empresas españolas que se aprieten el cinturón “porque se han llevado mucha plata”. Las empresas, cabría añadir, que han aguantado corralitos, devaluaciones, secuestros tarifarios y tantas otras anomalías criollas.
Ante ese panorama, el gobierno español no puede actuar como una ONG. La reciprocidad, gran instrumento de las políticas exteriores de todo país, debería ser activada a favor del modelo sociopolítico que mejor respeta las libertades y compromisos adquiridos. Aunque también es cierto, y quizá lo más importante, que la auténtica cooperación, las relaciones internacionales más sólidas y estables, son las que establecen las empresas que invierten sus recursos allá donde más fruto puedan dar. Esos son los primeros motores de desarrollo de nuestro tiempo.